Tratando de las cualidades del amor según Pablo, en 1 Cor 13 y presentado sus tres grandes fronteras o límites: ante la mística, la profecía y la acción de entregar la vida (¡si todo lo tengo pero me falta amor no tengo!).Dentro de un esquema puramente argumentativo, hubiera sido lógico que Pablo volviera a tratar ahora de las tres cuestiones anteriores, pero de manera positiva, presentando las condiciones y efectos del amor en el contexto de la mística, la profecía y la entrega de la vida, para aplicar después su aportación a la disputa eclesial entre partidarios de las lenguas y la profecía. Pero no lo ha hecho, sino que ha venido a situarse en otro plano, elevando una especie de canto total al amor y presentando sus siete notas principales. Ese modo de responder, cambiando de nivel, responde (lo mismo que en Rom 11, 33-36) a la imposibilidad de mantenerse en plano de los argumentos anteriores. Sólo subiendo de plano se pueden resolver los problemas anteriores. Por eso expone, de forma emocionada, las siete cualidades del amor. Ésto es amor, éste es el centro de la vida cristiana.
Introducción
Más extraño parece el hecho de que Pablo no elabora los rasgos positivos del amor a partir de Dios (como en Rom 11, 33-36), ni desde Cristo (como en otras ocasiones: Rom 5), sino a través de este encomio de tipo general, que parece desvinculado del contexto. El encomio era un género literario que los moralistas empleaban en sus discursos sobre las virtudes y los propagandistas políticos utilizaban en sus alabanzas oficiales al Imperio romano o a los emperadores o reyes en concreto. Pues bien, Pablo ha utilizado aquí este género literario y estos términos, que son en parte convencionales, para cantar la alabanza de algo que no podría decirse de otro modo, esto es, del ágape o amor.
Para los griegos y romanos el amor tenía otros nombres y rasgos. Era philia (unión entre amigos), erôs (amor de atracción) o adelphotes (hermandad…). Pues bien, los cristianos, partiendo de la experiencia de Jesús, han puesto de relieve y empleado una palabra menos usual del griego antiguo (agapê), que había sido utilizada en algunas ocasiones por los traductores helenistas de la Biblia (los LXX). Así podemos afirmar que ágape (en castellano solemos emplear ágape) es una palabra nueva, propia del lenguaje cristiano, que puede utilizarse para hablar del amor a los mismos enemigos (uso especial de los sinópticos) y de la unión comunitaria (que se concretiza sobre todo en el ágape de la cena compartida, eucaristía). Ambos casos tienen algo en común: la experiencia de gratuidad, la concreción y el sentido de fuerte cercanía, frente al eros (más sexuado) y la philia (más de grupo).
Estas son las cualidades del amor y de amar:
1. El amor tiene gran ánimo, el amor es bondadoso;
2. no tiene envidia, no se jacta, no se engríe,
3. no se porta indecorosamente, no busca su propio provecho,
4. no se irrita, no piensa en el mal;
5. no se alegra de la injusticia,
sino que se alegra con la verdad;
6. todo lo cubre, todo lo cree, todo lo espera,
7. siempre permanece (13, 4-7)
Este es un canto al agapê, al amor que se abre a los enemigos, siendo, al mismo tiempo, muy cercano, propio del grupo de creyentes. Este es el amor totalmente gratuito (como se muestra en la entrega de Jesús), pero, al mismo tiempo, creador de iglesia, siendo, por tanto, capaz de unificar a los diversos miembros de un grupo.
Es necesario que tengamos esto en cuenta para entender lo que sigue. Pablo no está hablando aquí de una pura emoción sentimental, ni de un principio de unidad erótico-filosófico (como hace Platón en su Banquete); tampoco habla de la vinculación de un grupo de personas que forman parte del mismo pueblo (como hace la Ley del judaísmo). Habla del amor que es cercano y gratuito, siendo, al mismo tiempo, principio de unidad social de la iglesia, que se abre a todos los humanos. Este es, por tanto, un amor ministerial, siendo, al mismo tiempo, amor de libertad, desde Jesús.
Estos son sus rasgos, que presentamos siguiendo el esquema:
1. El amor tiene gran ánimo, el amor es bondadoso.
He querido mantener el sentido más preciso en la primera palabra, que se dice en griego makro-thymía, que significa de thymos o ánimo grande. Según eso, el amor es animoso, longánime. Muchas traducciones ponen paciente, en el sentido de capaz de aguantar y mantenerse. Ambos sentidos, el más activo (animoso, longánime) y el más receptivo (paciente), son apropiados y expresan la capacidad de aguante y la potencia creadora del amor, que se mantienen allí donde todas las restantes cualidades fallan o se acaban. En ese sentido decimos que es bondadoso (khresteuetai), con el matiz de útil: aquello que siempre sirve y siempre vale. Así ha destacado Pablo el carácter originario del amor, realidad y valor primero en el camino de la vida, tal como Dios la ha creado. Ni las experiencias místicas, ni la profecía, ni la entrega martirial pueden ponerse en el principio. El punto de partida y cimiento donde se asienta el camino de los hombres es el amor, que da sentido y validez a todo.
2. No tiene envidia, no se jacta, no es engríe.
De las notas positivas (es animoso, bondadoso) pasamos a las negativas, que nos irán acompañando a lo largo de todo el encomio (núms. 2, 3, 4), pues del amor decimos mejor lo que no es que lo es. Da la impresión de que dominan los aspectos negativos, de manera que el amor consiste en superarlos. El primer mal que el amor debe superar es la envidia (dsêlos), que consiste en enfrentarme con los otros para destruirles (pues siento que me impiden ser yo mismo) o para utilizarles, poniéndoles bajo mi dominio. Frente a la envidia está el descubrimiento gozoso del otro en cuanto distinto, y el gozo de que sea, de que viva, de que triunfe. En este sentido, el amor nos capacita para salir de nosotros mismos, transformando la envidia ‘mimética’ (que nos hace vivir a costa de los otros, dependiendo de ellos o luchando contra ellos) en comunión gratuita. Por eso, el amor no se jacta ni engríe, es decir, no se encierra en sí mismo, para imponerse ante los otros, en gesto miedo perpetuo (tengo que elevarme siempre a mí mismo para sentirme seguro), sino que al gozarse en los otros descubre también su propio valor y no tiene que luchar por conseguirlo ni imponerse sobre los demás.
3. No se porta indecorosamente, no busca su propio provecho.
Portarse indecorosamente se dice en griego a-skhêmonein, romper el ‘esquema’ o la forma apropiado de existencia, en otras palabras, quebrar el equilibrio de la vida, romper una armonía que nos permite convivir. En sentido positivo, eso significa que el amor vincula, traza puentes, de manera que ofrece a cada uno un lugar en la vida, un espacio decoroso y digno, en humanidad, distinto para cada uno, apropiado para todos. De todas maneras, el skhêma (=esquema o decoro) del amor, puede resultar distinto en las diversas circunstancias, de manera que lo que en un momento o lugar parece decoroso (que las mujeres vayan muy veladas en la calle o que no asuman trabajos público) resulta indecoroso en otros. Hay, sin embargo, un decoro fundamental, que se expresa en la segunda parte del texto: ‘no busca su provecho propio’. Esta es la melodía firme, esta la base del amor: que cada no busque el bien de los otros, no el propio, que piense, sin cesar, en lo que al otro le conviene, no según mi esquema, sino según el suyo. Para eso necesario que el amor dialogue, que dialoguemos en igualdad, escuchándonos unos a los otros, para así conocer lo que nos piden o quieren de nosotros. Amar es no buscar la propia razón, sino dejar que el otro me diga la suya, quedándome en sus manos.
4. No se irrita, no piensa el mal.
En el caso anterior se suponía que hay un orden o decoro, que se expresa allí donde se busca el provecho ajeno. Ahora se supone que la vida de los hombres se encuentra amenazada por una gran irritación, un paroxismós o paroxismo de violencia desatada. Los apocalípticos eran expertos en descubrir los cauces y meandros de una ira, irritación y rabia que parecía amenazar la existencia de los hombres sobre el mundo. Pues bien, Pablo descubre que contra la irritación sólo existe un remedio: el amor que se expresa y mantiene en forma de concordia, conforme a la experiencia de los frutos del Espíritu (amor, gozo, paz: Gal 5, 22). Sólo en este contexto se puede añadir: no piensa en el mal, no toma en cuenta el mal que se le hace. Esta formulación nos lleva al centro del Sermón de la Montaña, donde Jesús nos pide que no respondamos al mal con lo malo, sino que perdonemos a los enemigos (Lc 7, 27-36). Así lo ha dicho el mismo Pablo en Rom 12, 17, al proclamar el perdón que nace del amor y que supera la violencia con la paz interior (no se irrita) y que renuncia a una respuesta de violencia. El hombre que ama recupera de algún modo la inocencia primera del paraíso: ni siquiera piensa en el mal, pues es como si no fuera; piensa sólo en lo bueno y así goza, haciendo gozar a los otros
5. No se alegra de la injusticia, sino que se alegra con la verdad.
Frente a la envidia, falta de decoro e irritación anterior, se eleva ahora la injusticia, como riesgo básico de un mundo amenazado por la mentira y lucha de todos contra todos. Injusticia (a-dikia) es aquello que va en contra de la dikaiosyne, tanto en el sentido griego más extenso (orden social), como en el bíblico más hondo, que Pablo ha puesto de relieve: la acción salvadora y gratuita de Dios. Es evidente que la injusticia existe y se extiende, como sabe Rom 1, 18 cuando habla del pecado de los hombres que, por su injusticia, han impedido que la verdad (alêtheia) de Dios se manifieste. Aquí tenemos las mismas palabras. Alegrarse en la injusticia significa asumir la maldad de los hombres y aprovecharse de ella, para provecho propio. Frente a esa alegría del mal, que extiende y ratifica sobre el mundo la violencia, se eleva aquí, ya en forma positiva, la alegría por la verdad, entendida como gozo más alto del amor. Lo opuesto a la injusticia no es sin más la justicia, sino la verdad o fidelidad de Dios, que se expresa divino al amar, fundando así la más alta alegría que consiste en vivir en trasparencia. Volvemos así al tema de fondo que Jn 15, 15 había proclamado en términos de amor-philia (amistad): “no os llamo siervos, sino amigos; porque os he comunicado todo lo que Dios me ha dado”. Esta es la verdad, esta la alegría del amor: la limpidez, que nos permite comunicarnos con Dios y entre nosotros mismos.
6. Todo lo cubre, todo lo cree, todo lo espera.
Se ha solido decir ‘todo lo soporta’ y la traducción es bueno, pero he querido mantener el matiz de ‘cubrir’, vinculado al sentido originario de la palabra stegê (cubierta, tejado), de la que proviene el verbo que se emplea aquí (stegei). Igual que un tejado cubre la casa y permite que sus habitantes vivan al resguardo de viento y lluvia, así el amor resguarda y cubre a los amantes para siempre. El amor es esa cobertura de Dios que mantiene protegida nuestra vida, libre de la irritación y la tormenta de los tiempos, en fe y en esperanza. Por eso se añade que el mismo amor lo cree todo, todo lo espera. Fe y esperanza son, según eso, expansiones del amor, porque sólo el amor es capaz de confiar siempre (de ponerse en manos de Dios, estando en manos de los otros) y de mantenerse a la espera, sabiendo que la vida es camino de Dios. El texto ha repetido tres veces una palabra esencial (panta), que hemos traducido por todo, pero que, en sentido estricto, significa también siempre. Así podíamos haber dicho que el amor cubre siempre, cree siempre, espera siempre, vinculando el aspecto más temporal (siempre) y el más espacial (todo) del amor interpretado como realidad total, pero creadora y liberadora. Hay un todo dictatorial, como vienen destacando de un modo especial los filósofos judíos: un todo que oprime y que somete por igual a todos. Aquí, en cambio, tenemos un todo de amor que cubre y protege, permitiéndonos vivir en gratuidad.
7. Siempre permanece.
En este última caso, que es conclusión y culmen de desarrollo anterior, debemos traducir el panta (que antes era ‘todo’) por siempre, diciendo que el amor siempre permanece, como realidad primera y final, que se identifica con Dios y que se expresa en forma de camino duradero, de plenitud, para los hombres. Al decir que permanece (hypomenei) no estamos indicando simplemente que aguanta de un modo pasivo, sino que se mantiene firme, de manera activa, siempre y en todo (dando así el doble sentido a la palabra panta). Quizá pudiéramos añadir que el mismo amor es esa paciencia creadora, dando a esa palabra el sentido que tiene el nombre de la misma raíz (hypomonê) en el libro del Apocalipsis: en medio de la gran lucha de historia permanece y triunfa la paciencia de Dios, que se revela en los creyentes, es decir, en aquellos que mantienen el amor del Cordero sacrificado. Todas las realidades del mundo cambian, todas se acaban y muere. Sólo la paciencia activa queda, como presencia y permanencia de un amor, que todo lo cubre, lo cree y lo espera, superando así el desgaste del tiempo y revelando en medio de esta vida de pruebas el rostro y gozo de Dios.